El SALVADOR. – A las nueve en punto de la mañana, los presos más violentos y sanguinarios de El Salvador se reúnen para cantar, alabar e invocar a Cristo ruidosamente a medida que leen la Biblia en el patio de la prisión. En la prisión de San Francisco Gotera en Morazán, cientos de hombres, tatuado de pies a cabeza y bajo un fuerte calor, adoran a Dios durante dos horas sin parar.
En eseambiente, la palabra de Dios une a 1.600 ex criminales, miembros de pandillasrivales para adorar juntos en la prisión superpoblada “Aunque estamos presos nos sentimos libres porque una vez que Dios abretu corazón ya no hay marcha atrás”, confiesa Daniel Méndez, un ex miembrode la banda Salvatrucha.
Durante elculto se escuchan canciones entonadas por cientos de hombres reunidos: “Meregocijé, me regocijé, me regocijé,porque el Señor quitó todo mi dolor y me liberó”, canta el enorme corode prisioneros.
Trompetas,guitarras, percusión y un pastor lideran la congregación. La mayoría de ellostienen tatuajes, muchas de ellos en el rostro, mostrando su antigua fidelidad aalgunas de las organizaciones criminales más peligrosas de América Latina. La mayoría fue condenada por homicidio,violación o extorsión.
El pastor quepredica la palabra tiene un enorme 18 tatuado en la cara. Es un símbolo que enotra época, juró lealtad eterna. Tiene otro en la nuca. Esos son los que sepueden ver a simple vista que incluye una docena de números, calaveras, frasesy demonios que recuerdan su pasado.
Ante él estánmás de 1.600 ex miembros de pandillas, sentados en el suelo, sosteniendo sus biblias.Ellos están confinados en una prisión diseñada para apenas 200.
Antes eran violentos rivales, estos hombres ahora están entregados aCristo y lo demuestran con saltos, lágrimas, invocaciones al cielo y música,mucha música.
Marcas de la violencia
El ejércitode jóvenes entregados a Cristo escucha y muestra sin vergüenza los tatuajes ylas heridas de una guerra que los capturó desde la infancia.
Al lado delaltar hay un joven con un tiro en la cara, dos filas más detrás otro sin orejay a la derecha otro sin la mano, que eleva el coto al cielo con los ojoscerrados, describe el reportaje de El País.
En una de lasprimeras filas, Óscar Vladimir Martínez, miembro de la pandilla 18 y marca deseis tiros en el abdomen, canta entusiasmado. Él recibió la última bala cuandola policía ya lo había prendido y estaba esposado en el suelo.
En un paíscon menos de siete millones de habitantes, las pandillas forman un ejército de64.000 hombres que siembran el terror en los barrios en que ejercen un controlimplacable del territorio. Con más de 50homicidios por 100.000 habitantes, el país centroamericano es el segundo másviolento de América Latina tras Venezuela, según InSight Crime, unaorganización que estudia la violencia en la región más peligrosa del mundo.
En lascárceles de El Salvador existen 42.000 presos en cadenas como la de Gotera dondeel hacinamiento supera el 800%, según cifras oficiales.
Vidas transformadas
“En esta prisión, la calma llegó gracias a la Biblia ya los pastoresque realizaron varios milagros”, dice el artículo de El País.“No hay violencia, todo está perfectamente limpio y en orden, losprisioneros se tratan con respeto. Y algo que era impensable antes de laconversión de ellos: las pandillas viven juntos en el mismo lugar.
El pastor quese dirige al lugar abarrotado tiene el número “18” tatuado en sucara, y otras señales de sus antiguas lealtades están en su cuello y brazos. Él habla sobre Dios con convicción.
“Percibí que estaba matando y defendiendo calles que no mepertenecían, sino a Jesús”, dice Jorge Stanley, de 27años, condenado a 97 años de prisión por “homicidios, extorsión, robo conviolencia …”, enumera con una “Biblia en las manos el antiguomiembro de la 18.
La revolución de la fe en San Francisco Gotera comenzó hace tres añoscuando un pequeño grupo de prisioneros comenzó a leer la Biblia y orar juntos. Esos pocos han convencido a otros y éstos a más gente y, tres años después, la prisión entera es de “ovejas”, como lesgusta ser llamados.
Ahora lamayoría de los prisioneros dicen que son cristianos comprometidos. En la cárcelhay una disciplina rígida. A pesar de los espacios reducidos, todo parecearreglado – las ropas se doblan en cada cama.
Ahora, desde el exterior, después de haber cumplido su condena, Nelson Moz es pastor de la iglesia Ben-Ezer y espera a aquellos que están libres le ofrezcan una comunidad cristiana fuera de los muros. Él sabe que la integración de antiguos miembros de pandillas en la sociedad es muy difícil, pero la nueva fe de ellos en Jesús puede marcar la diferencia.
Fuente: El País