RÍO DE JANEIRO. — Brasil ya está de lleno viviendo la mayor fiesta del planeta, pero una porción cada vez mayor de brasileños están dejando de lado el Carnaval del que históricamente formaron parte: la comunidad evangélica, que ha crecido de forma exponencial en los últimos años.
Sin embargo, las alusiones a las religiones de matriz africana son un clásico en los desfiles del Sambódromo, y no es raro ver carrozas con gigantescas estatuas de orixás, santos católicos o el propio Cristo Redentor rodeadas de bailarinas semidesnudas, sin que esto ofenda a católicos o practicantes de la umbanda y el candomblé.
El año pasado el arzobispo de Río de Janeiro, Orani Tempesta, incluso dio la bendición “con votos de entusiasmo” a la escuela de samba Estácio de Sá, que hizo un desfile en homenaje a San Jorge —el patrón de Brasil— lleno de alusiones al sincretismo religioso.
No ocurre lo mismo con los evangélicos, que en general son bastante más conservadores: algunos optan por salir de la ciudad en los días de Carnaval y refugiarse en retiros espirituales; la mayoría esperan en casa a que pase el desenfreno y “libertinaje” que toma las calles.
El caso más paradigmático es el del nuevo alcalde de Río de Janeiro, Marcelo Crivella —exobispo evangélico de la Iglesia Universal del Reino de Dios— que no estará en la ciudad durante la semana más destacada del calendario y pasará unos días de vacaciones fuera.
Esta decisión, dejó atónitos a muchos cariocas; para unos el alcalde es coherente con sus convicciones, para otros debería separar sus creencias del cargo que ostenta para ejercer de anfitrión de la fiesta.
La cantante Beth Carvalho, con 52 años de carrera y conocida como la “madrina de la samba” por haber dado a conocer a multitud de talentos, explicaba recientemente a Sputnik cómo el auge de estas iglesias está empezando a afectar al carnaval.
“Para ellos la samba es pecado, eso es trágico, no deberían mezclar música y religión”, lamentaba, en referencia a la identificación de este género con el candomblé o simplemente con la ‘macumba’, que no tienen que ver nada con el cristianismo.
“El presidente de Rocinha (una escuela de samba de una de las mayores favelas de Río) me decía que está desesperado porque no tiene más ‘baianas’, cuando son la figura más vieja y de las más importantes”, apuntaba Carvalho.
Muchas de ellas, como relata Carvalho, están abandonando las escuelas de samba en las que se criaron por indicación de los pastores de las iglesias que empezaron a frecuentar, y están poco a poco siendo sustituidas por jóvenes.
La biznieta de Tia Ciata, Gracy Moreira, lleva ahora a cabo un cuidadoso trabajo para recuperar su legado, organizando charlas, conciertos y exposiciones sobre el papel de Ciata y de las otras mujeres negras que participaron en el alumbramiento de un género que el año pasado celebró su centenario.
“Con el legado de la samba vemos la continuación de un trabajo que se hizo en la raíz, con los compositores; la samba era marginal, hubo mucha resistencia”, recuerda Moreira, que aunque es optimista sobre la salud del género asume que el riesgo ahora está en el pensamiento de algunos ‘fanáticos’.
Aunque en las favelas donde nació la samba se oyen más los altavoces de los pastores que el repique de los ‘tamborins’, los millones de personas que colapsan Brasil cada año y el renacimiento del carnaval de calle en ciudades como Río de Janeiro y São Paulo no invita a pensar que el Carnaval esté amenazado.
Quizá esté en transformación: en algunas ciudades diversas iglesias evangélicas organizan sus propios eventos: más recatados, sin disfraces y sin alcohol, dedicados a exaltar la fe en Jesucristo.
El año pasado, en Santos (estado de São Paulo) el Carnaval de la ‘Batucada Bendecida’ reunió a más de 16.000 personas en un desfile por la playa.