Marcos 10:35, 37-38 (10:35-41) Jacobo y Juan… le dijeron: ‘Maestro… Concédenos que, en tu gloria, uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.’ Jesús les dijo: ‘Ustedes no saben lo que piden.’
Jacobo y Juan habían estado con Jesús por tres años escuchando sus enseñanzas, aprendiendo de su estilo de vida, y sorprendiéndose con sus milagros. Sin embargo, con esta petición revelan que todavía no habían entendido la profundidad de la misión de Jesús. Evidentemente se tomaron esto muy en serio, pues “traicionaron” a sus compañeros y se propusieron pasar por la misma copa de amargura por la que Jesús estaba pasando. Con toda certeza no sabían lo que estaban pidiendo.
A pesar de haber estado personalmente con Jesús todo ese tiempo, todavía no habían sido transformados en su mente y en su corazón. Pero Jesús no se exaspera. Él sabía que, cuando el Espíritu Santo tocara sus corazones en Pentecostés, verían con mayor claridad el ministerio al que habían sido llamados. Al final, todos los apóstoles murieron, siendo Jacobo el primero, como mártir, y Juan el último, desterrado en una isla. De alguna forma, ellos fueron el principio y el fin del ministerio de los apóstoles originales. Ése fue el bautismo de amargura en el que participaron.
De todo esto aprendo que debo ser más simple en mis oraciones expresando mis temores, mis necesidades, y mis anhelos al Señor, y dejando que él me conceda aquello que ya tiene preparado para mí.
No importa cuánto tiempo hemos caminado ya con el Señor, cuántos milagros hemos visto, y cuántas veces nos ha sorprendido él con su ternura y cuidado, no siempre entendemos la profundidad de la vida a la que nos ha llamado. Las puertas de los cielos están abiertas para que entren nuestras oraciones. ¿Qué pediremos? Que el Señor nos abrace con su gracia y nos anime a confiar siempre en él para todas las cosas de la vida.
Gracias, Padre, porque mediante Jesús nos oyes siempre. Amén.