1 Juan 1:9 Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.
Hay una clase de confesión que sale del corazón… confesiones como la del Rey David… confesiones como la del publicano de la parábola… confesiones como la de San Pablo.
Y hay otra clase confesión que está basada en una necesidad. Confesiones como, por ejemplo, las que hicieron dos ladrones en Alemania.
Estos dos hombres lograron entran en un edificio, donde habían planeado ir a uno de los pisos más altos para cometer su robo.
Poco después de haber entrado, el departamento de policía recibió una llamada. La persona que llamó, dijo: “Esto les va a sonar realmente tonto, pero mi amigo y yo entramos a un edificio para robar, y nos quedamos estancados en el ascensor”.
Al llegar, la policía se encontró con que uno de los ladrones se había lastimado una mano tratando de abrir el elevador –antes de llamar a la policía y confesar su delito.
No hace falta estudiar en un seminario para saber qué clase de confesión quiere el Señor de su pueblo… El Señor no quiere que su pueblo haga como si todo estuviera bien. Si todo está bien, no necesitan un Salvador. Y si no necesitan un Salvador, el sufrimiento y la muerte de Jesús fueron en vano.
Es por ello que el Salmo 51:17 nos llama a confesar cuando dice: “El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido”.
El Señor quiere que oremos: “Señor, ten misericordia de mí, pues soy pecador”. Él quiere que reconozcamos la magnitud de su misericordia y el costo de su gracia.
ORACIÓN: Señor Dios, muchas son las cosas que he hecho mal. De algunas soy consciente, de otras no. Pero tú las conoces todas, y por todas ellas Jesucristo murió. Me arrepiento del mal que hago, y me alegro y te doy gracias por el perdón que tú me das. En el nombre de Jesús. Amén.