Lucas 11:14, 16 (11:14-16) Jesús estaba expulsando un demonio que había dejado mudo a un hombre, y cuando el demonio salió, el mudo comenzó a hablar y la gente quedó asombrada… Otros… le pedían alguna señal del cielo.
Cuando estuvo en la tierra, Jesús hizo muchos milagros. Todos ellos fueron extraordinarios, porque corrigieron las distorsiones que el diablo produce en la vida de las personas. ¿Te imaginas escuchar hablar a alguien que nunca antes había hablado? Es como si un niño que sólo balbucea incoherencias, una mañana se levanta y sostiene una conversación con sus padres como si fuera un adulto. ¡Qué asombro para esos padres!
Dios todavía sigue haciendo milagros. Él sigue viendo nuestra mudez, nuestra sordera y ceguera, y nuestras deficiencias. Y, porque nos ama, obra en nosotros para modificar esas distorsiones: nos perdona para que nuestra vida pueda estar libre de culpas y temores, nos asiste con su Espíritu para despejar nuestras incertidumbres, y nos capacita para que podamos hablar libremente de su grandeza, y de lo que ha hecho por nosotros en Jesucristo. ¿No es esto asombroso?
Sí, para nosotros es asombroso, pero para otros, que no tienen el Espíritu de Dios, es desorientador. Después que Jesús expulsó al demonio e hizo hablar al mudo, algunos se asombraron y otros quedaron confundidos. ¿Por qué la confusión? ¿Por qué no celebrar la buena acción de Dios? Porque muchas personas no reconocen que Dios quiere hacerles bien porque sus expectativas respecto de Dios están torcidas. Algunas personas no quieren lo que Dios desea darles porque sus mentes y corazones apuntan a cosas superficiales y pasajeras.
¿Cómo ves los milagros de Dios en tu vida? ¿Qué esperas de Dios? Jesús nos muestra aquí que Dios está dispuesto a asombrarnos una y otra vez con su amor. Él viene a nosotros en su Palabra y en la Santa Cena para expulsar al maligno y hacernos hablar con alegría acerca del perdón, el cielo, y la vida eterna.
Gracias, Padre, porque sigues asombrándonos con tu amor. Amén.