Mateo 27:54 Al ver el terremoto y las cosas que habían sucedido, el centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús se llenaron de miedo, y dijeron: «¡En verdad, éste era Hijo de Dios!»
El centurión y sus soldados vigilaban al moribundo Jesús. A medida que pasaban las horas, escuchaban una y otra vez las mismas palabras: "Hijo de Dios... Hijo de Dios...".
Las oyeron de la interminable multitud de personas que iban entrando y saliendo de Jerusalén: “Sálvate a ti mismo. Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz." Las escucharon de los líderes religiosos que salieron a regodearse por el sufrimiento de Jesús: “Salvó a otros, pero a sí mismo no puede salvarse. Si es el Rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él.Ya que él confió en Dios, pues que Dios lo libre ahora, si lo quiere. Porque él ha dicho: ‘Soy Hijo de Dios’” (Mateo 27:40-43).
El centurión podría haberse preguntado: ‘¿Qué quieren decir con: “Hijo de Dios”?’ Ese era un título del emperador romano. ¿Acaso Jesús era un rebelde? Jesús no parecía ni un rebelde ni un héroe, sino un hombre común y corriente muriendo en una cruz.
Pero luego Jesús gritó a gran voz y murió y hubo un gran terremoto: las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. El centurión quedó profundamente impresionado por el poder que presenció, y dio su veredicto: "¡En verdad, éste era Hijo de Dios!"
El centurión tenía razón al sentirse impresionado por el poder de Dios. Y nosotros tenemos razón en agradecer a Dios por el poder aún mayor que sabemos desató en ese momento al destruir la muerte y abrir las puertas del infierno para que ningún ser humano requiera ser encarcelado allí por la eternidad. Ahora las puertas del paraíso están abiertas para nosotros. Quienes confiamos en Jesús, el Hijo de Dios, como nuestro Señor y Salvador, somos liberados y recibidos en el reino de Dios, nuestro Padre celestial.
LA ORACIÓN: Gracias, Señor, por rescatarnos del poder del mal. Amén.