Rom 15:7 Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios.
Estás confundido. Antes te parecía que tu espacio era muy grande. Pero ahora miras a tu alrededor y ves que apenas tienes lugar para moverte. Hace unos meses, podías dar volteretas, pero ahora apenas puedes levantar el codo. Y mientras estás tratando de ver cómo puedes hacer que tu lugar sea más espacioso, de pronto te sientes desplazado de lo que ha sido tu cómoda casita los últimos nueve meses.
Luces brillantes te hacen cerrar los ojos. Fuertes ruidos te ensordecen. Definitivamente tienes lugar para estirarte. Y ahora tienes una tarea nueva. ¡Tienes que respirar!
No recuerdas el enorme cambio que sucedió cuando naciste. Pero piensa un instante en lo que sucedió cuando naciste de nuevo, ¡el momento cuando confiaste en Cristo como tu Salvador y Dios te aceptó como hijo!
Algunos días te sentirás tan confundido por la vida como el bebé que respira su primera bocanada de aire. Pero puedes estar seguro de todas las verdades recién mencionadas. Suman una realidad indiscutible: eres aceptado por Dios.
Cuando Jesús tomó en sus brazos a un grupo de niños y los bendijo (ver Marcos 10:16) puedes estar seguro de que no eran unos angelitos perfectos. Eran chicos, a veces desobedientes, fastidiosos, y muchas veces totalmente malos. No obstante, Jesús mostró el amor incondicional de Dios bendiciendo a los pequeñitos imperfectos.
Dios quiere que nos aceptemos tal como somos, conociendo nuestros puntos débiles al igual que los fuertes, nuestros defectos al igual que nuestras habilidades. Y Dios nos desafía a mostrar al mundo el mismo tipo de amor que muestra él por nosotros. “Por tanto, recibíos unos a otros”, escribió Pablo, “como Cristo os recibió para la gloria de Dios” (Romanos 15:7). Y si quieres amar como ama Dios, empieza a verte a ti mismo como Dios te ve: totalmente aceptable y totalmente digno de ser amado.
Por Josh McDowell