Juan 18:13 … y lo llevaron primeramente a Anás, que era suegro de Caifás, porque ese año era sumo sacerdote.
Anás era el poder detrás del trono. Él mismo había sido sumo sacerdote, y después de que los romanos lo destituyeron de su cargo, cada uno de sus cinco hijos y su yerno Caifás tomaron un turno como sumo sacerdote. No es de extrañar que primero llevaran a Jesús ante Anás. Y Anás comenzó a entrometerse, cuestionando a Jesús y buscando testigos falsos, en vez de manejar las cosas legalmente.
Jesús señaló su ilegalidad. “Yo he hablado al mundo abiertamente. Siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos. Nunca he dicho nada en secreto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregúntales a los que han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho” (Juan 18:20-21). Uno de los alguaciles que estaba allí le dio una bofetada y le dijo: "¿Y así le respondes al sumo sacerdote?".
Poder contra impotencia. ¿Pero quién era el poderoso? En la superficie parece ser Anás. Él tiene el puesto importante y la autoridad, y es quien está realizando el interrogatorio y quien tiene guardias para hacer cumplir sus órdenes.
Sin embargo, Anás no puede hacer nada. Jesús se niega a cooperar. Él no teme señalar el mal que Anás está cometiendo. Ni un golpe lo hace cambiar de opinión. Simplemente le da otra ilegalidad para señalar. Anás se rinde y envía a Jesús a Caifás.
Estos juegos de poder nos resultan familiares. Nuestro mundo está lleno de poder, en su mayoría utilizado en forma incorrecta o ilegítima.
Y, sin embargo, no hay nada que temer. Jesús, nuestro verdadero sumo sacerdote, está con nosotros siempre. Jesús nos cuida con la autoridad y el poder de Dios; nada escapa a su atención. Ningún mal podrá destruirnos.
ORACIÓN: Padre, gracias por protegernos de todos los poderes del mal en este mundo. Amén.