Fil 2:6-8 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Cristo es el ejemplo perfecto de humildad.
En su libro “Milagros”, el erudito inglés C.S. Lewis utilizó esta analogía para describir la encarnación de Cristo:
Uno puede pensar en un buzo, primero se reduce a desnudarse, luego echa un vistazo en el aire, luego se pierde en un chapoteo, desaparece, se apresura hacia abajo a través del agua verde y tibia hacia el agua negra y fría, hacia abajo, hacia una presión que aumenta, hacia la región parecida a la muerte, de cieno, fango y deterioro; luego hacia arriba de nuevo, al color y a la luz, sus pulmones casi estallan, hasta que de repente sale a la superficie otra vez, sosteniendo en su escurridiza mano, la cosa preciosa que bajó a recuperar. Ambos están coloridos ahora que han surgido a la luz, estando en el fondo, donde es incoloro en la oscuridad, él había perdido su color también.
Así es como Lewis ilustró la encarnación, el milagro central del cristianismo, el cual también es mencionado en Filipenses 2:5-8. En esos versos, Jesús es mostrado como el modelo perfecto de humildad (la perfecta ilustración de las instrucciones de Pablo en los versículos 3-4). Él no hizo nada por egoísmo o vanidad, sino que consideró a otros más importantes que a Sí mismo.
Debemos imitar el perfecto ejemplo de Cristo de humildad. Santiago 4:10 dice “humillaos delante del Señor y él os exaltará” ¿Qué hay de tu vida? ¿Demuestra una humildad como la de Cristo en la cual Dios se complacerá en honrar con exaltación?
Por John MacArthur