Mat 10:2-4 Los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano; Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre Tadeo, Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que también le entregó.
La unidad es un elemento crucial en la vida de la iglesia, especialmente entre los líderes. Una iglesia unida puede lograr grandes cosas para Cristo, pero la desunión puede dañarla o destruirla. Incluso las iglesias más ortodoxas no son inmunes al ataque sutil de la desunión porque generalmente se levanta de conflictos de personalidad u orgullo en lugar de asuntos doctrinales.
Dios generalmente reúne en congregaciones y equipos de ministerio gente de una gran diversidad de trasfondos y temperamentos. Esa mezcla produce una variedad de habilidades y ministerios pero también produce el potencial para la desunión y conflicto.
Esto también era cierto para los discípulos donde había un pescador impetuoso como Pedro, dos ambiciosos y apasionados “hijos del trueno” como Juan y Santiago, un hombre de análisis pragmática y pesimista como Felipe, un hombre de prejuicios raciales como Bartolomé, un recaudador de impuestos despreciado como Mateo, un fanático político como Simón y un traidor como Judas, que solo estaba ahí por el dinero y finalmente se vendió por treinta monedas de plata.
¡Imagina el potencial para el desastre en un grupo como ese! Aún así su propósito común trascendió sus diferencias personales y por Su gracia el Señor llevó a cabo a través de ellos lo que ellos nunca hubieran podido hacer por ellos mismos. ¡Ese es el poder de la unidad espiritual!
Como cristiano, eres parte de un grupo selecto que está llevando a cabo la tarea más grande del mundo: completar lo que Jesús comenzó. Eso requiere de unidad en el propósito y esfuerzo. Satanás tratará de sembrar semillas de discordia, pero debes hacer todo lo posible para prestar atención a la amonestación de Pablo de ser “de un mismo sentir, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (Fil 2:2)
Por John MacArthur