Mateo 6:4b (6:1-6) Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.
Por lo que cuenta el Nuevo Testamento, la sociedad israelita estaba bombardeada con modelos de espiritualidad. Los cuatro siglos anteriores a la llegada de Juan el Bautista y Jesús habían sido cuatrocientos años de “oscuridad profética”, durante los cuales Dios no había dado ninguna revelación.
Como resultado habían surgido grupos como los esenios, los saduceos y los fariseos, que enseñaban a las personas a vivir la religión de diferentes maneras.
Algunos de ellos se paraban a rezar pomposamente en algún lugar visible para que los demás pudieran ver cuán “piadosos” eran cuando oraban, demostrando así una confusión muy grande en su espiritualidad. ¿A qué Dios se estaban dirigiendo? ¿A quién o quiénes querían impresionar? Si todo lo que querían era que los demás se pusieran de pie para recibirlos cuando entraban en la sinagoga, su espiritualidad estaba por el piso. Sobre esto estaba Jesús enseñando y advirtiendo a sus discípulos.
La fe no nos fue dada para que nos volvamos vanidosos ante los demás, sino para que tengamos una relación íntima, “secreta”, con el Padre en los cielos. La fe que Dios nos dio es para que nos conectemos con él, que ve lo público y lo secreto, y para que nuestra relación con él sea limpia y sin negociaciones absurdas.
No oramos para que Dios responda a nuestros caprichos ni para que los demás nos aplaudan, sino para que nuestra conexión con él, a través de Jesús, nos sostenga firmes en la fe. ¿Qué recompensa nos dará el Padre? ¡Sorpresa! Dios responde de maneras inimaginables, siempre, absolutamente siempre para nuestro bien. En lo íntimo lo veremos. En lo íntimo lo disfrutaremos, y se hará visible en nuestra forma de vivir.
Gracias, Padre, por darnos la fe que nos conecta contigo. Guíanos a orar de acuerdo a tu voluntad. Amén.