Rom 6:15-16 ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?
Libertad del pecado no significa libertad para pecar.
Desde los tiempos de Pablo hasta hoy, el evangelio de la gracia ha sido acusado de proveer libertinaje para pecar. Si la salvación es el regalo de la gracia de Dios, los legalistas argumentan, totalmente aparte de las obras humanas, ¿qué motivará a la gente llevar vidas santas? Ante tal oposición, Pablo nunca cedió ni un centímetro sobre esta cuestión vital de la salvación por gracia y nosotros tampoco podemos.
La Biblia enseña una salvación que es enteramente por la gracia gratis de Dios a través de la fe en la cual las obras humanas no desempeñan ningún papel. Pero hay una segunda forma en la cual la doctrina de la salvación por gracia puede ser pervertida. Cumpliendo con los temores de los legalistas, algunos creen que como la gracia de Dios cubre todos sus pecados, pueden vivir como quieran. En el pasaje de hoy, Pablo aborda este error.
El mero pensamiento de que un cristiano viva en pecado persistente y de forma habitual horrorizó a Pablo. Ante la pregunta hipotética “¿pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia?” Pablo respondió enfáticamente “¡de ninguna manera!” como en el verso 2, el apóstol usó la forma de negación más fuerte en el griego. En nuestro idioma Pablo estaba diciendo “¡eso es ridículo, es imposible, de ninguna forma!” Fue directo a señalar la verdad evidente de que nadie puede servir a dos amos. Todo el mundo es, o siervo del pecado, o siervo de Dios, no hay una tercera opción. Y aquel a quien la gente generalmente cede su obediencia es a su amo verdadero, sin importar lo que diga.
No te dejes engañar por aquellos que dicen que como son cristianos y son perdonados, pueden pecar a voluntad. Tales personas no saben nada de la gracia de Dios, la cual, lejos de darnos licencia para pecar, “nos enseña que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12)
Por John MacArthur