Mateo 27:24-25 Pilato… tomó agua, se lavó las manos en presencia del pueblo, y dijo: «Allá ustedes. Yo me declaro inocente de la muerte de este justo.» Y todo el pueblo respondió: «¡Que recaiga su muerte sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
El rugido de una multitud en un frenesí sangriento es una cosa terrible. Pilato lo escuchó ese viernes por la mañana, mientras trataba de encontrar alguna manera de eludir su dilema. Estaba cada vez más convencido de que Jesús era un hombre inocente. Y aunque era un gobernador romano experimentado y cruel, no estaba dispuesto a ejecutar a un hombre que no era culpable, particularmente uno que hablaba y actuaba como Jesús.
Lo había intentado todo, pero sin suerte. En su desesperación, hizo que Jesús fuera azotado y expuesto públicamente. Seguramente eso satisfaría la sed de sangre de la multitud. Pero también fue en vano. "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!"
Así es que tomó agua y se lavó las manos frente a la multitud, diciendo: "Me declaro inocente de la muerte de este justo.” A lo que la multitud respondió: «¡Que recaiga su muerte sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” Pilato estaba vencido. No pudo hacer nada contra tanto mal tan determinado.
Pero Jesús sí. Porque esas personas que gritaban: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!", eran las mismas a quienes había venido a salvar. Ellos, junto con nosotros, fueron la razón por la cual eligió sufrir. No importaba que lo odiaran; él las amaba.
Y es así como la maldición se convirtió en bendición: la sangre de Jesús se convirtió en portadora de la salvación para todos los que confían en él. Su sangre nos ha hecho nuevas creaciones, nuevos hijos de Dios. Y así podemos decir con corazones agradecidos: "Que su sangre esté sobre nosotros y sobre nuestros hijos".
ORACIÓN: Gracias, Señor Jesús, por darnos vida a través de tu sangre. Amén.
PREGUNTAS DE REFLEXIÓN:
¿Cuál es la conexión entre la sangre humana y la vida?
¿De qué manera la sangre de Cristo nos da nueva vida?