Juan 15:2 “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.”
Esta es una preciosa promesa para alguien que vive para la fecundidad. Al principio, parece mostrar un aspecto severo. ¿Tiene que ser podada la rama fructífera? ¿Es preciso que el cuchillo corte a los mejores y a los más útiles? Sin duda así es, pues gran parte de la obra de purificación de nuestro Señor es llevada a cabo por medio de aflicciones de un tipo o de otro. No son los malvados sino los buenos los que reciben la promesa de tribulación en esta vida. Pero, entonces, el fin compensa con creces la dolorosa naturaleza de los medios. Si podemos producir más fruto para nuestro Señor, no nos importará la poda ni la pérdida de follaje.
Aun así, la limpieza es obrada algunas veces por la Palabra aparte de la tribulación, y esto elimina cualquier cosa que pudiera parecer dura en el sabor de la promesa. Por la Palabra seremos hechos más agraciados y más útiles. El Señor, que nos ha hecho fructíferos, en una medida, operará en nosotros hasta que alcancemos un grado más alto de fecundidad. ¿Acaso no este un grande gozo? En verdad hay más consuelo en una promesa de fecundidad que si se nos hubiesen garantizado riquezas, o salud u honor.
¡Señor Jesús, apresúrate a cumplir en mí Tu palabra de gracia, y hazme abundar en fruto para tu alabanza!
Por Charles Spurgeon