Mateo 26:47-56, Lucas 22:60-62
Todavía estaba hablando Jesús cuando llegó Judas, uno de los doce. Lo acompañaba una gran turba armada con espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña: “Al que le dé un beso, ése es; arréstenlo”. En seguida Judas se acercó a Jesús y lo saludó. — ¡Rabí! —le dijo, y lo besó. —Amigo —le replicó Jesús—, ¿a qué vienes? Entonces los hombres se acercaron y prendieron a Jesús.
En eso, uno de los que estaban con él extendió la mano, sacó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja. —Guarda tu espada —le dijo Jesús—, porque los que a hierro matan, a hierro mueren.
¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al instante pondría a mi disposición más de doce batallones de ángeles? Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que así tiene que suceder? Y de inmediato dijo a la turba: — ¿Acaso soy un bandido, para que vengan con espadas y palos a arrestarme? Todos los días me sentaba a enseñar en el templo, y no me prendieron.
Pero todo esto ha sucedido para que se cumpla lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
¡Hombre, no sé de qué estás hablando! —replicó Pedro. En el mismo momento en que dijo eso, cantó el gallo. El Señor se volvió y miró directamente a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que el Señor le había dicho: “Hoy mismo, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces”. Y saliendo de allí, lloró amargamente.
Esa noche, la noche de la traición y captura de Jesús, Pedro pasó por emociones muy fuertes. Primero estuvo pronto para pelear, desenvainando su espada para la batalla (ver Juan 18:10). Luego, cuando Jesús fue arrestado, huyó lleno de temor, pero luego regresó para ver qué le iba a pasar a su maestro. Más tarde, tres veces negó conocerlo.
Cuando Jesús lo miró, recordó cómo unas horas antes se jactaba de lo que ahora estaba negando. Su fracaso era demasiado doloroso, por lo que salió y lloró amargamente.
Pelea, huida, fracaso – Pedro se estaba quebrando emocional y espiritualmente. No tenía confianza para someter lo que le estaba pasando a la voluntad de Dios. Le faltaba fe en que Dios cumple sus promesas.
Jesús había orado para que la fe de Pedro no fallara (ver Lucas 22:31-32). ¡Y no falló! Jesús restauró a Pedro en la misión de Dios (ver Juan 21:15-19). De la misma manera, Jesús nos redime y restaura a nosotros a una nueva vida. Él ha tomado nuestro quebranto como si fuera suyo, y a cambio nos ha dado su rectitud. Él no nos deja como fracasados, sino que nos levanta, nos da su poderoso Espíritu, y nos envía en la misión de llevar paz a los quebrantados de corazón a través del mensaje de su amor.
¿Alguna vez se ha “quebrado”? ¿Quién le ayudó a recomponerse?
ORACIÓN: Señor Jesús, en la vida hay muchos problemas, pero tú eres nuestro Redentor. Ayúdanos a ayudar a otros con el consuelo que hemos recibido de ti. Amén.