1 Ped 1:4 para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible
A pesar de los beneficios de las cuentas bancarias, acciones, bonos y otras oportunidades de inversión, cada herencia terrenal se pierde con el tiempo. Si alguien no la roba, o si no pierde su valor en un desplome en el mercado de valores o en una recesión, la muerte la separará de ti. ¡Es algo inevitable! Es por ello que Jesús dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mat 6:19-20)
La influencia del pecado y la corrupción no se aplica solamente a las finanzas, afecta todo. Pablo dijo: “Porque la creación fue sujetada a vanidad... porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Rom 8:20-22) Nada en la tierra se escapa de la corrupción del pecado.
Pero tu herencia eterna no es como los tesoros terrenales. Es incorruptible, incontaminada e inmarcesible (1 Ped 1:4) Incorruptible significa que no perece, que es incapaz de decaimiento. La palabra griega usada describe una tierra que nunca ha sido devastada o saqueada por un ejército invasor. La idea es que tu herencia espiritual es segura y nunca puede ser violada por un intruso, ni el mismo Satanás. Incontaminada habla de algo sin contaminación por el pecado. Inmarcesible sugiere una belleza sobrenatural que el tiempo no puede deteriorar. Pedro utiliza la misma palabra en 1 Ped 5:4 para hablar de la corona incorruptible de gloria que recibirán líderes fieles de la iglesia cuando Cristo regrese.
Tu herencia es única entre los tesoros. Nadie la puede robar, y nada la puede corromper o disminuirla de ninguna forma. Es tuya para que la disfrutes al máximo por toda la eternidad. No dejes que la búsqueda de las cosas que perecen te distraiga del gozo de las riquezas eternas.
Por John MacArthur