Marcos 2:3-5 Llegaron entonces cuatro hombres que cargaban a un paralítico. Como no podían acercarse a Jesús por causa de la multitud, quitaron parte del techo donde estaba Jesús, hicieron una abertura, y por ahí bajaron la camilla en la que estaba acostado el paralítico. Cuando Jesús vio la fe de ellos, le dijo al paralítico: “Hijo, los pecados te son perdonados”.
Deben haber tenido mucha fe. Imagina que eres paralítico confinado a tu cama, cuando de pronto se aparecen tus amigos quienes te dicen que Jesús está en el pueblo y que quieren pedirle que te sane. Como no puedes caminar, han decidido a llevarte con tu cama. ¡Menos mal que son cuatro!
Pero el nerviosismo no termina allí. La muchedumbre es tan grande, que ni siquiera pueden entrar a la casa donde se encuentra Jesús. Van a tener que darse por vencidos. Excepto que, de pronto, alguien dice las temidas palabras: “podríamos subir al techo y hacer una abertura…”.
Y allí van, subiendo por la escalera exterior, mientras tú contienes la respiración y esperas que no te dejen caer. Luego quitan las tejas y escarban el barro del techo. De pronto se escuchan gritos: las personas que están debajo se dan cuenta que algo está sucediendo, mientras tus amigos quitan la capa de ramas que había debajo del barro. A través de la abertura cae tierra seca sobre Jesús y las personas a su alrededor. Lentamente, tus amigos comienzan a bajar tu cama, hasta que estás colgando justo frente a Jesús.
Sorprendentemente, Jesús ignora la abertura en el techo, la muchedumbre e incluso tu parálisis, y dice: “Los pecados te son perdonados”. Cada cosa mala que has dicho, pensado o querido es borrada. Y recién entonces Jesús sana tu cuerpo.
Poco tiempo después, lo único que queda de tan maravilloso milagro es la abertura en el techo. No más parálisis: está sanada. No más paciente: Jesús te ha enviado a tu casa, llevando contigo tu cama. No más pecado: Jesús lo ha quitado y cargado sobre sí. Lo único que queda es el cielo abierto que se ve a través del techo… porque para Jesús tú vales mucho más que cualquier techo.
Oración: Gracias, Señor, por amarme tanto. Recuérdame de tu amor cuando el desaliento o el temor me abruman. Amén.