El Vaticano ha optado por guardar silencio a casi dos semanas de la irrupción de un escándalo denunciado por la prensa italiana, que reportó que la Gendarmería realizó un operativo en una fiesta sexual gay en un departamento de la curia, organizada por el secretario de un alto funcionario eclesiástico.
Según informó Il Fatto Quotidiano a finales de junio, la policía vaticana fue alertada por varias denuncias de ruidos molestos a altas horas de la noche en un departamento perteneciente a la Congregación para la Doctrina de la Fe, cercano a la residencia de varios cardenales. Al llegar al lugar, habrían hallado una fiesta sexual con drogas.
Los reportes apuntaron contra monseñor Luigi Capozzi, de 50 años, secretario del cardenal Francesco Coccopalmerio, presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos.
El periódico romano, cuyo reporte fue replicado por medios de todo el mundo, aseguró que el papa Francisco estaba "furioso" por la situación, mientras que Capozzi habría sido conducido a un centro médico para su desintoxicación y rehabilitación en un auto oficial, inmune diplomáticamente a los controles de la policía romana.
Sin embargo, el Vaticano no ha manifestado ningún pronunciamiento oficial sobre el tema. Aunque el 1 de julio Francisco relevó al cardenal alemán Gerhard Müller al frente de la Congregación, ningún reporte vinculó la decisión con el escándalo.
Por los mismos días, la Santa Sede tenía la vista puesta en otro terremoto que afectaba su imagen: la imputación del cardenal George Pell, ministro de Finanzas del Vaticano, por presunto abuso sexual, presentado por las autoridades australianas.
En ese caso, Pell se deslindó rápidamente del caso y manifestó su disposición para volver a Australia y colaborar con la Justicia, mientras que la jerarquía de la Iglesia le ofreció su respaldo.