Bajo la sombra de las palmeras de una de las islas de la Polinesia, en el final del siglo dieciocho, un hombre blanco y un nativo dialogaban. El primero era un misionero cristiano. El segundo un gobernante pagano. El siervo de Dios y sus compañeros habían sido amenazados de muerte en varias ocasiones. Tres de ellos, de hecho, habían muerto. Otros cuatro fueron asaltados, desnudados y arrastrados hasta un río para ser ahogados. Todos deseaban huir de la zona, excepto uno. Este creyente solitario, pero resuelto, era Henry Nott.
Reconocido como uno de los pioneros de la evangelización del archipiélago de Tahití, ubicado en el sur del océano Pacífico, Nott llegó a la Polinesia el 5 de marzo de 1797. Miembro de la Sociedad Misionera de Londres, arribó a suelo tahitiano como parte de un grupo de creyentes que tenía el encargo de esparcir en el Evangelio en este territorio de ultramar. Albañil de profesión, edificó las bases de un congregación cristiana que perdura hasta la actualidad. Hombre de fe, predicó la Palabra de Dios en la Polinesia más de cuatro décadas.
Nacido en Inglaterra en 1774, Henry fue un varón que, antes de llegar a Tahití, se había destacado como un ser humano de temperamento tranquilo y agradable y de creencias religiosas firmes. Biblia en mano, y a pese a que apenas recibió una educación elemental en sus primeros años de vida, en su juventud descolló por su confianza en Dios y su entusiasmo a la hora de compartir las buenas nuevas del Señor. Fue uno de los primeros fieles en unirse a la Sociedad Misionera de Londres, organización fundada el 22 de septiembre de 1795.
Misionero de ultramar
Dispuesto a servir a Dios, Nott partió de Inglaterra, en el mes de setiembre de 1796, junto a otros misioneros evangélicos. En aquel momento, la isla de Tahití, su destino, era una tierra que estaba cubierta por las guerras, el salvajismo y las muertes. Su población, conformada por nativos polinesios, asesinaba a la menor provocación y estaba diezmada por las enfermedades venéreas. En medio de un paisaje paradisíaco, los sobrevivientes de los conflictos tribales usaban las pieles de sus enemigos como trofeos y estaban entregados a la idolatría.
Cerca del extremo meridional del Pacífico, al pie del mar, Henry Nott recién llegado fue testigo de excepción de hechos abominables. Encontró personas que sacrificaban sin compasión a niños indefensos, en honor a sus dioses paganos, y presenció con horror el entierro de ancianos y enfermos vivos en fosas cavadas especialmente para exterminarlos. Además, tomó conocimiento que ninguna chica tahitiana de más de 12 años conservaba su virginidad. Del mismo modo, apreció la agresividad del rey Pomare, el hombre más poderoso de la isla.
Después de su llegada, Nott y sus compañeros realizaron el primer servicio evangélico en Tahití. A la reunión, realizada el 19 de marzo de 1797, asistió Pomare y una enorme multitud. Entonces, el gobernante dijo que había soñado con la Biblia y con la llegada de los misioneros. Además, afirmó que estaba ansioso por oír la Palabra. De inmediato, uno de los siervos leyó Juan 3:16 y habló sobre la fe cristiana mientras era traducido por un marinero sueco afincado en la isla. Luego, el soberano realizó un gesto de aprobación y exclamó: “¡muy bien!”.
Predicador tenaz
Con prontitud, Pomare brindó su protección a los misioneros y les entregó la casa más grande del archipiélago. Unificador de los pueblos de Tahití, el rey encontró en los misioneros un arma poderosa para incrementar su prestigio y una vía perfecta para consolidar su liderazgo. Asimismo, consideró que, más allá de cuestiones religiosas, ellos podrían proveer de herramientas occidentales a su feudo. A continuación de su venia, Henry y sus hermanos de fe fueron colmados con una serie de atenciones y alimentos en abundancia.
Conducido por el Evangelio, Henry Nott procuró aprender el idioma tahitiano desde un primer momento. Mientras que sus compañeros sufrían con los rigores de un ambiente hostil, el siervo de Dios se familiarizó con rapidez con el habla local y aprovechó cada contacto con los nativos para asimilar su lenguaje oral. El 16 de agosto de 1801, por la gracia del Señor, se convirtió en el primer cristiano en compartir una prédica en tahitiano. Un año más tarde, habló con fluidez la lengua del lugar y fue seleccionado para enseñar tahitiano a nuevos misioneros.
Pomare, quien falleció el 3 de setiembre de 1803, se hizo amigo muy próximo de Nott y lo adoptó como su predicador favorito. Debido a esta proximidad, el misionero efectuó todo lo que le fue posible para atraer al monarca tahitiano a los pies de Dios, pero jamás pudo torcer su voluntad. A partir de sus conversaciones, el ministro del Señor estimó que durante su reinado, que duró cerca de 30 años, se habían sacrificado alrededor de 2,000 personas como ofrendas a sus ídolos. A continuación de la muerte del rey, lo sucedió en el trono su hijo Otu.
Firme como una roca, Henry nunca desfalleció en su tarea de difundir las buenas nuevas entre los tahitianos. Ni las guerras internas, que estallaron con la asunción de Otu, llamado Pomare II, ni la indiferencia de la población local y mucho menos las reiteradas amenazas de muerte que recibió por parte de un grupo de paganos, le quitaron la tenacidad a su pasión por la difusión del Evangelio del Señor. Incluso en 1810, luego que sus compañeros huyeron para salvar sus vidas, se quedó solo en Tahití como el único defensor de la causa de Jesucristo.
Quehacer fecundo
Convencido del poder de Dios, Henry Nott puso atención especial en la conversión de Pomare II, individuo salvaje y violento, quien a diferencia de su padre se rindió ante el Evangelio. Tras escuchar la Palabra, el nuevo rey comenzó a asistir de forma regular a los servicios presididos por el predicador. Con su ayuda y su aliento, tiempo más tarde, se edificó un templo que fue inaugurado el 25 de julio de 1813. Al día siguiente, impulsados por su gobernante, 31 nativos renunciaron a la idolatría y empezaron a conocer las bondades del cristianismo.
El 16 de mayo de 1819, ante la presencia de 5,000 personas, el rey Pomare II fue bautizado por Nott luego de aceptar a Cristo como su salvador. Aquel día, después de más de dos décadas de lágrimas y penurias, el misionero comenzó a ver el fruto de su indesmayable trabajo en una ceremonia cargada de gran emoción. Durante el decenio siguiente, cientos de tahitianos se volvieron evangélicos y profundizaron sus conocimientos de la Palabra. Pronto, algunos de ellos salieron a llevar el Evangelio a Borabora, Raiatea, Huahine y a otras islas de la Polinesia.
Henry, quien confiaba en Jesús a plenitud, vivió otro día de triunfo el 18 de diciembre de 1835 cuando terminó de traducir las Sagradas Escrituras al idioma tahitiano tras cerca de 3 décadas de arduo trabajo. En seguida, en 1836, viajó a Londres para comandar la impresión de la versión de la Biblia recién elaborada. Más adelante, el 8 de junio de 1838, se presentó ante la reina Victoria con el primer ejemplar de las Escrituras en tahitiano. Este inmenso esfuerzo, de toda una vida para Nott, fue aclamado por los miembros de la corona inglesa.
Considerado uno de los gigantes de la fe cristiana, Henry Nott escuchó el llamado de Dios el 1 de mayo de 1844 y se fue a su reino. Sobre sus últimos días en la tierra, Joseph Moore, uno de sus colaboradores en sus labores misioneras, escribió que el ministro del Señor habló mucho respecto a la salvación. Además, indicó que el ex albañil consagrado a Cristo, quien vivió innumerables sufrimientos, nunca dejó de repetir que: “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda”.