2 Cor 1:3-4 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.
Dios nos confía el consuelo a nosotros muy a menudo en las pruebas, para que podamos consolar a otros.
A la nación de Irlanda se le conoce como la “Isla Esmeralda” por una buena razón, contiene algunos de los paisajes más verdes de cualquier lugar en la tierra. Al visitarla, noté que la abundante niebla y neblina, que generalmente cubre el paisaje, ayuda a producir el pasto verde y los árboles. Ese fenómeno es muy similar a la vida cristiana. Muchas veces cuando nuestra vida es oscurecida por los sufrimientos y dolores de las pruebas, tiene una belleza refrescante de alma que no siempre se puede ver. Como lo muestra la vida del apóstol Pablo, corazones sensibles y misericordiosos son el producto de grandes pruebas.
Las dificultades nos acosan para que Dios pueda darnos mucho consuelo. Pero tal consuelo no solamente es para nuestro beneficio. El Señor nos confía Su consuelo para que podamos compartirlo con otros, como el verso 4 del pasaje de hoy lo indica. Y Él nos consuela en proporción directa al número de pruebas que hemos soportado, lo que significa que entre más sufrimos, más nos consuela Dios, y entre más nos consuela más podemos nosotros consolar a los que sufren.
Cuando experimentamos un consuelo verdadero al inicio de una prueba, quizá el resultado más precioso es el sentido de pertenencia cristiano que sentimos. Si el consuelo de Dios nos ayuda a consolar a otros, entonces está claro que otros creyentes son afectados positivamente por lo que nosotros aprendemos de nuestras pruebas. El proceso completo nos eleva más allá de nosotros mismos y nos muestra que como parte de una comunidad local o como parte del gran Cuerpo de Cristo, no estamos solos y no tenemos que someternos a diversas pruebas sin sentido.
El consuelo que recibimos y el sentido de pertenencia que resulta es un gran incentivo para que cualquiera de nosotros se sienta alentado a través de las pruebas y sufrimientos, sabiendo que tales experiencias nos capacitan para ministrar como partes integrales del Cuerpo de Cristo (1 Cor 12:26, 2 Cor 1:6-7)
Por John MacArthur