1 Pe 1:4 para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros
Podemos regocijarnos tras soportar una prueba porque nuestra esperanza en el Cielo será renovada.
El gozo que un cristiano experimenta como resultado de las pruebas puede ser el mejor. Pero muy a menudo permitimos que el estrés diario, las dificultades financieras, problemas de salud, metas no logradas y muchas otras pruebas nos roben el gozo en Cristo. El gozo verdadero proviene de realidades espirituales que son mucho mayores que las circunstancias temporales.
En el verso de hoy, Pedro nos da una fuerte razón de gozo: la confianza en la esperanza que como cristianos hemos heredado un lugar en el Cielo. Esta confianza puede ser tan poderosa que Pedro, quien estaba escribiendo a los creyentes que padecían persecución, describe como una verdad en la que debemos regocijarnos (v6) Esta palabra intensa se usa siempre en el Nuevo Testamento en relación al gozo de conocer a Dios, nunca en relaciones superficiales y temporales.
Los discípulos de Jesús tenían dificultades al ver que las pruebas estuviesen relacionadas con la seguridad de ir al Cielo. Al enseñarles acerca de su próxima muerte, Cristo les dijo a los Doce: “También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo” (Jn 16:22) Y eso es exactamente lo que sucedió cuando vieron al Salvador resucitado y comprendieron el impacto de Su obra.
Podemos responder de dos maneras ante las pruebas, como los pasajeros que viajan en tren a través de las montañas. Podemos ver a la izquierda y ver la montaña oscura y deprimirnos o podemos ver a la derecha y ser animados por la hermosa vista del paisaje natural que se extiende a la distancia. Algunos creyentes añaden a su tristeza al mirar continuamente las sombras de la montaña de su prueba después de que el tren de la vida se ha alejado de los picos amenazantes. Pero no perderían su alegría si simplemente miran adelante al brillo de la certidumbre de su herencia eterna.
Nada en la vida puede quitar la maravillosa promesa de la gloria del Cielo, fue reservada por Dios, comprada por Cristo y garantizada por el Espíritu (ver Efe 1:11-13)
Por John MacArthur