Mat 10:2-4 Los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano; Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre Tadeo, Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que también le entregó.
Vivimos en una sociedad consciente de calificar. Casi todo lo que haces requiere que alcances los estándares de alguien más. Debes calificar para comprar una casa, un carro, que obtengas una tarjeta de crédito o que puedas asistir a la universidad. En el mercado laboral, los trabajos más difíciles requieren gente con las más altas calificaciones.
Irónicamente, Dios usa a gente no calificada para lograr la tarea más importante del mundo: avanzar en el Reino de los Cielos. Siempre ha sido así: Adán y Eva sumergieron a la raza humana en el pecado. Lot se emborrachó y cometió incesto con sus propias hijas. Abraham dudó de Dios y cometió adulterio. Jacob engañó a su padre. Moisés era un asesino. David también, al igual que un adúltero. Jonás se enojó cuando Dios mostró misericordia para con Nínive. Elías resistió a 850 falsos sacerdotes y profetas, pero huyó aterrorizado por una mujer (Jezabel). Pablo asesinó a cristianos, y la lista sigue y sigue.
El hecho es que nadie está completamente calificado para hacer la obra de Dios. Es por ello que Él usa a gente incompetente. Quizá esa verdad puede ilustrarse más claramente con los doce discípulos quienes tenían numerosas debilidades humanas, diferentes temperamentos, diferentes habilidades y distintos orígenes, pero Cristo los usó para cambiar el mundo.
Veremos cómo eran personas comunes con un llamado único. Observaremos el proceso de capacitación por el que Jesús les hizo pasar porque sirve como un patrón para nuestro discipulado también.
Oro para que seas retado por sus fortalezas y seas animado por la forma en que Dios los usó a pesar de sus debilidades y fracasos. Él te usará también a medida que continúes cediendo tu vida a Él.
Por John MacArthur