Sant 2:12-13 Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.
El juicio divino nunca ha sido un tema popular de conversación. Gente piadosa a través de la historia ha sido ridiculizada, perseguida y aún asesinada por proclamarlo. En sus esfuerzos por ganar la aprobación de los hombres, falsos maestros lo cuestionan o lo niegan. Pero Santiago 2:12-13 nos recuerda que el juicio vendrá, así que mejor es que vivamos sabiamente.
La base para el juicio divino es la Palabra de Dios, la cual Santiago llamó la ley de la libertad (v12) Es una ley liberadora porque te libera de la esclavitud del pecado y de la maldición de la muerte y el infierno. Es asunto de la obra transformadora del Espíritu, cortar profundo en tu alma para juzgar tus pensamientos y motivos (Heb 4:12), te da la sabiduría que guía a la salvación y te equipa para una vida piadosa (2 Tim 3:15-17), imparte verdad y discernimiento, liberándote del error y del engaño espiritual. Es una ley de libertad y liberación en todo sentido, para aquellos que la abrazan.
La ley libera a los creyentes pero condena a los incrédulos. La frase: “juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia” (v13) habla de una sentencia en la cual cada pecado recibe su castigo máximo. Eso sólo puede significar infierno eterno. Si la Palabra está obrando en ti, su efecto será evidente en la forma en la que hablas y actúas. Si eres imparcial y misericordioso con la gente en necesidad, eso muestra que eres un verdadero cristiano y has recibido el perdón de Dios y la misericordia tú mismo. Si muestras parcialidad y desprecio a los necesitados, la ley se convierte en tu juez, exponiendo el hecho de que no eres un redimido verdadero.
¿Eres una persona misericordiosa? ¿Buscas proveer para otros sin favoritismo? Cuando fallas al hacerlo, ¿confiesas tu pecado y buscas perdón y restauración? Esas son marcas de la verdadera fe.
Por John MacArthur