Mat 5:8 Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
Para cuando Jesús llegó, Israel estaba en una condición espiritual desesperada. Los judíos estaban esclavizados al legalismo opresivo de los fariseos quienes habían desarrollado un sistema de leyes que eran imposibles de seguir. En consecuencia, la gente carecía de seguridad y anhelaban un salvador que los liberara de la culpa y frustración. Ellos sabían que Dios había prometido un redentor que perdonaría sus pecados y limpiaría sus corazones (Ezeq 36:25-27) pero no estaban seguros de cuándo vendría o cómo identificarlo cuando llegara.
La enorme respuesta ante el ministerio de Juan el Bautista, ilustra el nivel de expectación entre la gente. Mateo 3:5-6 dice: “Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados” La gran pregunta en la mente de todos parecía ser: “¿Cómo puedo entrar al reino de los cielos?”
A Jesús mismo le hicieron esa pregunta de muchas maneras diferentes. En Lucas 10:25 un intérprete de la ley preguntó: “¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” en Lucas 18:18 un joven rico preguntó exactamente lo mismo. En Juan 6:28, una multitud pregunta: “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?”, Nicodemo, un prominente líder religioso judío vino a Jesús por la noche con la misma pregunta, pero antes de que pudiera hacerla, Jesús leyó sus pensamientos y dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3)
Tan devotamente religiosos como esas personas pudieron ser, permanecieron espiritualmente perdidos a menos que pusieran su fe en Cristo. Esa es la única forma de entrar en el Reino.
Todavía hoy en día mucha gente busca alivio del pecado y la culpa. Dios puede usarte para compartir a Cristo con algunos de ellos. Pídele ese privilegio y está preparado para cuando venga.
Por John MacArthur