Stg 1:19-20 Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.
¿Alguna vez has comenzado a leer tu Biblia pensando que todo estaba bien entre tú y el Señor, sólo para que la Palabra repentinamente cortara profundo en tu alma exponiendo algún pecado que habías descuidado o tratado de esconder? Eso pasa comúnmente porque Dios busca depurar el pecado de Sus hijos. El Espíritu Santo usa la Palabra para penetrar en los recovecos ocultos del corazón para hacer Su obra de convicción y de purificación. Como respondas a ese proceso es un indicador de la autenticidad de tu fe.
Ira, en Santiago 1:19-20, se refiere a la respuesta negativa a ese proceso. Es un resentimiento profundo interno acompañado de una actitud de rechazo. A veces ese resentimiento puede ser sutil. Pablo describió a aquellos que “no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias” (2 Tim 4:3) Esas son las personas que van de iglesia en iglesia buscando a alguien que les diga lo que quieren oír, o una congregación que quiere un pastor que les haga sentir bien acerca de sí mismos en lugar de predicar la Palabra y poner en alto los estándares de la santidad.
A veces el resentimiento hacia la Palabra deja de ser sutil y se vuelve en una abierta hostilidad. Esto sucedió cuando la multitud que confrontó Esteban cubrió sus oídos, lo llevaron fuera de la ciudad y lo apedrearon hasta la muerte (Hch 7:57-60) Muchos otros, a lo largo de la historia, han sentido los golpes mortales de aquellos cuyo resentimiento a la verdad de Dios se volvió en odio por Su pueblo.
Recibir la Palabra incluye ser rápido para escuchar lo que dice y lento para la ira cuando está en desacuerdo con tus opiniones o confronta tu pecado. ¿Es esa tu actitud? ¿Recibes su reprensión y sus advertencias o secretamente lo resientes? Cuando un hermano cristiano confronta el pecado en tu vida, ¿aceptas o rechazas su consejo?
Por John MacArthur