Ignacio de Antioquía vivió en el siglo II en medio de la iglesia cristiana. Al reprochar públicamente al emperador, porque él le daba gracias a ídolos paganos por sus victorias militares, es sentenciado a muerte. El largo viaje por tierra y mar a Roma le dio tiempo para meditar y adquirir una nueva y renovada resignación a la voluntad de Dios.
Y así, Ignacio llegó a esta conclusión: "Deseo no solo ser llamado cristiano; debo ser cristiano de verdad". Después de su llegada a Roma, alguien le preguntó por qué mencionaba tanto el nombre de Jesús. Ignacio contestó: "El nombre de mi querido Jesús está escrito muy dentro de mi corazón. Si el corazón me fuera sacado y despedazado, el nombre de Jesús se encontraría escrito en cada pedazo". También dijo: "Yo soy el grano de Dios. Seré molido por los dientes del animal, para que pueda ser hallado pan puro de Cristo, quien es para mí el pan de la vida".