Rom 6:17-18 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
La verdadera libertad viene al ser siervo de Jesucristo.
Una vez conocí a un hombre que, aunque convencido intelectualmente de que el evangelio era verdadero, se resistió a entregar su vida a Jesucristo. Cuando le pregunté por qué, me dijo: “es que no quiero perder mi libertad”, él entendió claramente que la fe genuina salvadora requiere sumisión al señorío de Cristo. Pero estaba trágicamente engañado al pensar que los no cristianos son libres, pues no lo son. Los incrédulos son esclavos del pecado (Juan 8:34) Sólo los cristianos tienen una verdadera libertad (Juan 8:31-32), la libertad de no pecar.
Pablo le recuerda a los cristianos romanos que antes eran esclavos, eran “esclavos del pecado”. El uso del apóstol del pretérito imperfecto indica que los romanos, como todos los creyentes, habían estado en un estado continuo de esclavitud al pecado. Cada humano que ha nacido desde que Adán y Eva hundieron a la humanidad en pecado, ha nacido esclavo del pecado, excepto Cristo por supuesto.
Cuando una persona llega a la fe en Cristo, éste se vuelve “obediente de corazón” al Señor Jesucristo. El primer acto de obediencia a Cristo, arrepentirse y creer en el mensaje del evangelio (Mar 1:15), es el primer paso en un camino de permanente de obediencia. En las palabras del apóstol Pedro, los cristianos son aquellos que “se han purificado obedeciendo la verdad” (1 Ped 1:22)
Paradójicamente, es sólo aquellos que se han hecho siervos de Jesucristo los que son verdaderamente libres. Sólo ellos son libres de hacer lo correcto, aún las “buenas obras” de los incrédulos son pecaminosas, ya que no son hechas para glorificar a Dios. La libertad cristiana no es la libertad para escoger el pecado, sino la libertad de escoger no hacerlo. Renueva hoy tu compromiso de ser un siervo obediente a Dios, conociendo que “no eres tu propio dueño, fuiste comprado por un precio” (1 Cor 6:19-20)
Por John MacArthur