Rom 6:19 Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia.
Debes vivir de acuerdo a tu nueva naturaleza.
Es obvio que en el mundo espiritual todavía ninguno de nosotros estamos. El pecado lleva a más pecado, mientras que la vida santa lleva a más justicia. Todos los incrédulos son esclavos del pecado y no tienen otra opción mas que pecar, ceder al pecado es natural para ellos. En su interior están llenos de “impureza” y por lo tanto en el exterior son dados a la anarquía.
Continuamente están descendiendo en un espiral, el pecado te guía a más pecado. Finalmente el pecado jalará a una persona a las profundidades del infierno. Para los cristianos, sin embargo, el espiral es uno que asciende. Habiéndose convertido en nuevas criaturas en la salvación (2 Cor 5:17), los creyentes ya no son siervos del pecado. La vida cristiana es el proceso de llevar el estilo de vida de uno a alinearse con su naturaleza. Los creyentes, al “presentar sus miembros como esclavos de justicia” el resultado inevitable es la “santificación”, disminuyendo la frecuencia de pecado, por lo tanto, es una buena señal de un creyente maduro.
Pablo sabía muy bien todo esto por su propia experiencia: que el cuerpo del creyente es un campo de batalla. En su biografía espiritual, él escribió: “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Rom 7:21-24)
¿Cómo vas en tu batalla diaria con el pecado? Si las victorias son pocas y espaciadas, quizá has olvidado la exhortación de Pablo de “presentar tu cuerpo en sacrificio vivo y santo aceptable a Dios, el cual es tu servicio espiritual de adoración” (Rom 12:1)
Por John MacArthur
