Mateo 2:8 [Herodes] Los envió a Belén, y les dijo: “Vayan y averigüen con sumo cuidado acerca del niño, y cuando lo encuentren, avísenme, para que yo también vaya a adorarlo”.
¿Cómo podía alguien creerle? Es la pregunta que no puedo dejar de hacerme cada vez que leo esta historia. “… y cuando lo encuentren, avísenme, para que yo también vaya a adorarlo”. Sólo un tonto puede pensar que eso era, en realidad, lo que Herodes quería hacer. A ningún rey le gusta que su trono sea amenazado, y la reputación de Herodes como asesino era bien conocida.
Dudo que los Magos le creyeran. Después de todo, por algo se los llama sabios. Y, gracias a Dios, fueron lo suficientemente sabios como para no decir nada e irse rápido para Belén.
Y allí se encontraron ya no con mentiras, sino con la Verdad. Encontraron la Verdad de Dios, de no más de dos años de edad, viviendo con su madre y su padre terrenal en una pequeña casa, jugando como cualquier niño de esa edad.
¡Allí no había ningún rey poderoso preocupado por su trono! Ese Rey era humilde, inocente e indefenso como todo niño pequeño. Ese Rey, que apenas balbuceaba unas pocas palabras, no mentía. Pero su presencia en esa casa, sentado en la falda de su mamá o jugando con las ollas, daba un mensaje muy claro: Dios había venido a salvar a su pueblo. Jesús, Dios con nosotros, Emanuel, había venido al mundo. Y eso no era, ni es, una mentira.
ORACIÓN: Querido Padre, gracias por enviarnos a tu hijo Jesús, nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Amén.