Mateo 28:9 Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Salve!” Y ellas se acercaron y le abrazaron los pies, y lo adoraron.
Fue en una tarde única cuando el mundo sirvió de palco para un acontecimiento inédito. En lo alto de una colina, cerca de Jerusalén, está colgado, muerto, el Rey del universo. Los brazos extendidos, las manos perforadas por los clavos, el cuerpo desfigurado y cubierto de sangre.
Pero entonces surge un nuevo día en la historia de la humanidad. El primer día de la semana tempranito, antes del amanecer, María Magdalena y la otra María fueron a la tumba de Jesús, un ángel les dice: “No está aquí, pues ha resucitado, como él dijo” (Mateo 28:6). Las mujeres volvieron de prisa para llevar esta buena noticia de gran importancia y alegría a los discípulos. De repente Jesús aparece delante de las mujeres y les dice: “¡Salve!” (V. 9). El sepulcro vacío tiene un mensaje de fe, vida y esperanza para todos nosotros: ¡Cristo resucitó! ¡Él vive! ¡Aleluya! Jesús, quién fue crucificado y muerto por causa de nuestros pecados, resucitó trayendo al mundo el mensaje de reconciliación que conduce al hombre de nuevo a la comunión con su Creador.
Creer o no creer en la resurrección de Cristo hace toda la diferencia en la vida de las personas. Esa diferencia es la vida eterna. El cristiano sabe que un día, tarde o temprano, morirá. Pero también sabe y cree en la promesa que Jesús hizo a sus seguidores: “Porque yo vivo, ustedes también vivirán” (Juan 14:19). Hoy podemos celebrar y festejar, y decir con toda seguridad: ¡Cristo resucitó! ¡Él vive! ¡Aleluya!. Podemos también escuchar a Jesús decirnos: “¡Que la paz esté con ustedes!”
ORACIÓN: Amado Dios, te agradezco porque tengo la seguridad de la salvación y la vida eterna en Jesucristo. Gracias te doy, pues mi Salvador vive y yo también viviré. Amén.