Mateo 1:24-25 Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a su mujer, pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito. Y le puso por nombre JESÚS.
La obediencia no es una virtud que esté de moda. Enseñamos obediencia a los perros, pero consideramos héroes a quienes viven “a su manera”.
Sin embargo, no nos gusta que nos desobedezcan. Cuando un niño, o incluso un perro nos desobedece, entendemos muy bien la importancia de la obediencia. “No bajes a la calle.” “Mira bien antes de cruzar.” “No juegues con fuego.” “¡Ven ahora mismo!” La obediencia hace que el mundo funcione mejor, mientras que la desobediencia causa dolor, e incluso la muerte.
Como humanos que somos, deberíamos saberlo bien. Al comienzo del tiempo, nuestros primeros antepasados desobedecieron a Dios y, desde entonces, hemos estado pagando el precio por ello. Pecados, problemas, guerras, muerte, desastre tras desastre—¡si hubiéramos obedecido a Dios, nada de eso hubiera sucedido!
Gracias a Dios que José obedeció: se despertó, se levantó y llevó a María a su casa como esposa. Ella, a cambio, obedeció al Señor cargando y criando a Jesús, nuestro salvador. Y su obediencia es la fuente de nuestra salvación:
“… siendo en forma de Dios, [Cristo] no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre.” (Filipenses 2:6-11)
ORACIÓN: Señor Jesús, gracias por obedecer al Padre y ser nuestro Salvador. Ayúdame a obedecerte con fe y amor. Amén.