Juan 8:28 (21-30) Cuando ustedes hayan levantado al Hijo del Hombre, sabrán entonces que yo soy.
Lutero enseñaba que a Dios sólo es posible conocerlo en la cruz. Aunque San Pablo afirma en su carta a los Romanos que Dios no se dejó a sí mismo sin testimonio, sino que toda la creación habla de él, de su poder, y de su sabiduría, es sólo en la cruz donde podemos conocer el amor que Dios nos tiene. Lo interesante de estas palabras de Jesús en Juan 8, es que él nos muestra que no se puso él mismo en la cruz, sino que fueron los líderes religiosos judíos, que lo odiaban y le temían al mismo tiempo, los que lo crucificaron. En un sentido más amplio y más profundo, todos nosotros clavamos a Jesús a la cruz, y lo levantamos para que muera asfixiado, dolorido, y angustiado.
El Padre obró a los tres días, levantado a Jesús de la tumba y resucitándolo victorioso sobre el más cruel de nuestros enemigos: la muerte. Luego, el libro de los Hechos dice que Jesús fue levantado al cielo, para que desde su trono glorioso gobierne a su iglesia y someta y sujete bajo su poder a todas las fuerzas de este mundo.
Jesús fue levantado en la cruz, fue levantado de la muerte a la vida, y fue levantado de la tierra al cielo. En el Jesús levantado en la cruz reconocemos nuestro pecado y el profundo amor de Dios por nosotros, porque somos nosotros quienes debíamos haber sido crucificados. En el Jesús levantado de los muertos reconocemos el poder restaurador del Padre, y en el Jesús levantado a los cielos reconocemos su autoridad y dominio sobre todas las cosas. El Dios levantado es un Dios de arriba que nos ve, nos protege, y nos guía.
Gracias, Padre, porque levantaste a Jesús de la tumba para que también nosotros podamos ser levantados de la muerte y llevados al cielo para vivir con él. Amén.