Mateo 27:52-53 Los sepulcros se abrieron, y muchos cuerpos de santos, que ya habían muerto, volvieron a vivir. Después de la resurrección de Jesús, éstos salieron de sus sepulcros y fueron a la santa ciudad, donde se aparecieron a muchos.
¡Qué conmoción debe haber habido! Imagina una familia en su casa en Jerusalén ocupada en sus quehaceres diarios. Un par de días después de la muerte de Jesús, alguien llama a la puerta. Al abrir: “¡Abuelo Samuel! ¿Qué estás haciendo aquí?" Ahí está, vivito y coleando, el abuelo que había muerto hacía cinco años.
Cosas similares sucedieron en toda la ciudad: una familia recibía la visita inesperada de la tía Ana, otra la del primo Daniel, todas ellas personas que deberían estar muertas, que habían muerto, pero ya no. Debe haber sido aterrador y alegre, todo al mismo tiempo.
¿Por qué estaban allí? Eventualmente alguien se dio cuenta. En el momento de la muerte de Jesús se produjo un gran terremoto y se abrieron las tumbas. En ese momento, muchas personas que habían muerto confiando en el Señor volvieron a la vida y llegaron a la ciudad donde, sin duda, sorprendieron a muchos.
¡Qué regalo les dio el Señor a través de su sufrimiento y muerte! ¡Qué regalo nos ha dado el Señor! Sabemos en forma absoluta que, cuando Jesús murió en la cruz, quitó el poder que la muerte tenía sobre nosotros y sobre todas las personas. Y cuando se levantó de entre los muertos, puso su propia vida eterna a disposición de todos nosotros y de todos aquellos que confíen en él como su Salvador.
¡No es de extrañar que Dios el Padre haya marcado la muerte de Jesús con semejante regalo de vida!
ORACIÓN: Gracias, Padre, por darnos vida a todos los que confiamos en tu Hijo Jesús. Amén.
PREGUNTAS DE REFLEXIÓN:
¿Qué harías si de pronto apareciera en la puerta de tu casa a un familiar fallecido?
¿Cómo cambiaría tu vida? ¿Cómo cambiaría tu actitud hacia la muerte?