1 Cor 13:11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.
Debido a la gracia hemos sido libertados del pecado, de su esclavitud, de su atadura en nuestra actitud, en nuestros impulsos y nuestras acciones. Pero habiendo sido libertados y ahora viviendo por gracia, realmente podemos ir demasiado lejos, poniendo de lado el auto-control y tomar nuestra libertad a tal extremo que sirvamos nuevamente al pecado. Pero eso no es libertad en absoluto, eso es libertinaje. Y sabiendo esa posibilidad, muchos optan por el legalismo para que no sean tentados a vivir irresponsablemente. Mala elección. Qué mejor que tener un asombroso respeto por el Señor que voluntariamente apliquemos el auto-control.
Recuerdo cuando obtuve mi primera licencia de conducir, tenía unos dieciséis años. Yo había estado manejando por casi tres años (para asustarse ¿no?) Mi padre había estado conmigo la mayor parte del tiempo durante mis experiencias de aprendizaje, calmadamente sentado junto a mí en el asiento delantero, dándome consejos, ayudándome a saber qué hacer. Mi madre generalmente no iba a esas excursiones porque pasaba más tiempo mordiéndose las uñas (y gritando) que aconsejando. Mi padre era más tolerante. Los ruidos fuertes y los frenos chillantes no le molestaban tanto. Mi abuelo era el mejor de todos. Cuando manejaba su auto, yo golpeaba cosas… Él decía cosas como “sólo sigue adelante amigo, puedo comprar más defensas pero no puedo comprar más nietos, estás aprendiendo” ¡Qué gran anciano! Después de tres años, finalmente obtuve mi licencia.
Nunca olvidaré el día que llegué mostrando mi recién obtenida licencia y dije: “¡Papá, mira!” él dijo: “¡guau Mira, ya tienes tu licencia, bien por ti!” tomó las llaves de su auto me las lanzó y sonrió diciendo: “puedes llevarte el coche tú solo por 2 horas” las mejores palabras: “tú solo”
Le agradecí y bailé hasta el garaje, abrí la puerta del auto y metí la llave en el encendido. Mi pulso cardiaco seguro fue hasta unos 180 al sacar el auto de la cochera. Mientras paseaba solo, comencé a pensar en coas locas como. “este coche seguro puede alcanzar las 100 millas por hora, podría ir y venir dos veces a Galveston en dos horas si fuera a 100 millas por hora, podría volar por la carretera, pasarme algunos semáforos, después de todo, no hay nadie aquí que diga que no” todos estos fueron pensamientos peligroso pero ¿sabes qué? No hice nada de eso, no creo haber pasado el límite de velocidad. De hecho, recuerdo claramente haber regresado a casa temprano, ni siquiera estuve las dos horas fuera. Increíble ¿no? Tuve el auto de mi papá todo para mí, con el tanque lleno de gasolina, con toda privacidad y libertad pero no me aloqué ¿por qué? Mi relación con mi papá y con mi abuelo era tan fuerte que no pude, aunque tenía la licencia y nadie estaba conmigo en el auto para detenerme. Durante un periodo de tiempo se había desarrollado un sentido de confianza, una relación de amor profundo que me mantuvo moderado.
Después de haberme lanzado las llaves, mi papá no salió corriendo a poner un anuncio en el tablero que dijera “no te atrevas a manejar más rápido del límite de velocidad o los policías que están por toda la ciudad te atraparán, así que no te atrevas a arriesgarte” él simplemente sonrió y dijo: “aquí están las llaves hijo, disfrútalo” ¡Qué demostración de la gracia! Y vaya que lo disfruté. Mirando hacia atrás, ahora que soy un padre que ha vuelto a vivir la misma escena en cuatro diferentes ocasiones con mis propios hijos, me doy cuenta del riesgo que mi padre tomó.
Por Charles Swindoll