Efe 4:1 Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados
Para madurar en nuestra fe, debemos aprender a ver las cosas desde la perspectiva de Dios.
Pablo fue un prisionero en Roma. ¿Por qué entonces se llamaba a sí mismo “prisionero del Señor”? Porque tuvo la habilidad de ver todo en términos de cómo afectaba a Cristo. No importaba lo que sucediera en su vida, él lo vio en relación a Dios. Sus preguntas eran “¿Qué significa esto Dios?” y “¿Cómo te afecta esto?”
Cuando surge un problema en la vida, somos propensos a decir: “ay de mí” y nos preocupa en cómo nos afectará, “¿me causará dolor?, ¿me costará dinero?” Muy a menudo pensamos sólo a nivel terrenal. Pero como Pablo, debemos pensar a nivel celestial: “¿qué me está tratando de enseñar Dios?” “¿Cómo lo puedo glorificar en esto?” De hecho, una buena definición de la madurez cristiana es: ver automáticamente las cosas a la luz de la perspectiva divina.
Esta perspectiva, esta conciencia de Dios, es la única manera correcta de vivir para los cristianos. David dijo: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido. Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; Mi carne también reposará confiadamente” (Salmo 16:8-9) Como David siempre estuvo consciente de la presencia de Dios, encontró gozo y seguridad y ningún problema le podía molestar por mucho tiempo.
Pablo era de la misma manera, él conocía que había una razón para su encarcelamiento y que Cristo sería glorificado en ello (Filip 1:12-14) Pablo no estuvo preocupado por cómo le afectaría a él y por lo tanto podía regocijarse aún en la prisión.
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom 8:28) Nada sucede fuera del control de Dios. Confiemos en que Él sabe lo que es mejor para nosotros.
Por John MacArthur