Síguenos en Facebook
El mundo romano de los siglos II y III era cruel con sus niños. El aborto era una práctica común y sumamente peligrosa. Aquellos que tenían sexo promiscuo, recurrían al aborto para evitar embarazos no deseados. Los que no contaban con dinero para criar hijos, se libraban de un gasto adicional con el aborto. Quienes no querían que la herencia de sus hijos fuese dividida, abortaban.
Pero a pesar del infanticidio y el aborto, la adopción era también una práctica muy acostumbrada por los romanos. Sin embargo, no había una motivación centrada en los huérfanos, sino que siempre había un propósito político detrás. El más común de ellos era la continuación de un linaje: si no era posible tener hijos biológicos que perpetuaran un linaje, se adoptaba a un hijo varón.
Otra razón para la adopción en el mundo romano era la construcción de alianzas entre familias. Un grupo familiar podía entregar a uno de sus hijos en adopción a otro grupo, recibiendo a cambio una fuerte suma de dinero.
En ese contexto, la iglesia pisó fuerte con el testimonio de Cristo en el cuidado de los huérfanos. Los ejemplos de esto son abundantes en las epístolas de los padres de la iglesia, de apologistas y de textos de instrucción ministerial de los primeros siglos.
La labor de la iglesia en el cuidado de los niños sin hogar fue ejemplar. Los creyentes cuidaban de los huérfanos por amor a Cristo, no por razones políticas, ni económicas. Su entrega era absolutamente voluntaria y no implicaba ninguna clase de recompensa. Al adoptar, evitaban muchos abortos y acogían a las niñas y niños huérfanos y a todo infante cuyas características físicas no fueran deseables.