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Una carta de un hombre llamado Aristeas nos habla del posible origen de la Septuaginta. Aristeas escribe a su hermano Filócrates y le cuenta lo que sucedió en la corte de Ptolomeo II. De acuerdo con la carta, el rey le pide a Demetrio, su bibliotecario, arreglar que la Ley Judía sea traducida y agregada a la colección real de libros. Así que se envía una carta a Eleazar, el sumo sacerdote judío de Jerusalén, pidiéndole ayuda para traducir la Ley. Aristeas mismo es uno de los dos hombres escogidos para llevar la petición a la capital judía. Setenta y dos ancianos, seis de cada una de las doce tribus, fueron escogidos como traductores y enviados a Egipto, llevando con ellos una hermosa copia de la Ley.
Al llegar a Alejandría, el rey les ofreció un banquete de siete días. Después de esto, el monarca les proveyó alojamientos cerca del mar, probablemente en la isla de Faros. Bajo la sombra del faro de Alejandría los traductores completaron su trabajo.
Aunque se ha dicho que esta historia puede ser una metáfora, la carta de Aristeas conserva al menos un sustrato de verdad sobre cómo empezó la Septuaginta.
Aristeas describe el origen de la Septuaginta con la traducción del Pentateuco. Esto se hizo en Alejandría, donde había una gran población judía. El hebreo dejó de ser un idioma hablado ya en el período exílico o post-exílico, y el arameo se convirtió en el idioma común de los judíos. Con el ascenso de Alejandro Magno, los judíos de la diáspora fueron helenizados, y para algunos el griego se había convertido en su idioma principal. Por lo tanto, se hizo necesario que las Escrituras se tradujeran al griego.
Posiblemente, el Pentateuco, se tradujo cerca de mediados del siglo III a.C. y el resto del Antiguo Testamento se tradujo en el siglo II a.C.