Mat 6:20 haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
El creyente debe ser generoso en el dar.
La iglesia primitiva no estaba interesada en acumular grande riqueza para sí misma. En Hechos 2, por ejemplo, miles de peregrinos se reunieron en Jerusalén en el Día de Pentecostés. Cuando Pedro predicó el evangelio en ese día, 3,000 personas se convirtieron en creyentes y poco después miles más fueron añadidos a la iglesia. Los peregrinos que se convirtieron en creyentes no querían regresar a sus hogares porque ahora eran parte de la iglesia. Así que los creyentes de Jerusalén tuvieron que adoptarlos. Debido a que muchos de los habitantes eran pobres indudablemente, la iglesia primitiva tenía que dar para satisfacer sus necesidades. Como resultado, los creyentes “vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hch 2:45) La iglesia primitiva ilustra lo que significa hacer tesoros en el cielo.
Como la iglesia primitiva, nosotros debemos hacer tesoros en el cielo (Mat 6:20) ¿Cuál es tu tesoro en el cielo? En un sentido amplio es una “herencia que es incorruptible, y sin mancha que no se desvanecerá, reservada en los cielos” (1 Ped 1:4) Podríamos decir que sobre todo, nuestro tesoro en el cielo es Cristo.
En un sentido específico, Jesús se está refiriendo en Mateo 6:20 al dinero, el lujo y la riqueza. Él está diciendo que el hacer tesoros en el cielo es ser generosos y estar dispuestos a compartir las riquezas que Dios nos ha dado, en lugar de acumularlas y almacenarlas. Al ser generoso, te expones a todo el potencial de lo que significa esa vida eterna. 1 Timoteo 6:18-19 dice “Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” Entre más envíes al cielo, mayor será la gloria cuando llegues. Entre mayor sea la inversión, mayor la recompensa. Haz que tu objetivo sea el invertir para la eternidad, donde nunca perderás tu recompensa.
Por John MacArthur