Mateo 1:19 José, su marido, era un hombre justo y quiso dejarla secretamente, pues no quería denigrarla.
Cuando estudiaba griego en la universidad, mi profesor me hizo ver algo de lo que no me había dado cuenta antes. Por lo general, este versículo lo leemos como si dijera que, porque José era un hombre justo, no quería denigrar a María. Sin embargo, la gramática griega no es tan clara. Bien podría ser traducido como: “a pesar de que era un hombre justo…”
Si lo leemos de esta forma, el texto nos sugiere que José era un hombre que cumplía la ley de Moisés—un hombre justo. Pero ante la situación en que se encontraba María, la ley era inflexible: una mujer comprometida que había tenido relaciones íntimas con otro hombre debía ser tratada como una esposa adúltera y apedreada. Pero José no podía hacerle eso a María, o siquiera avergonzarla en público. Por lo tanto, decidió divorciarla en secreto. Era lo mejor que creyó poder hacer cumpliendo con la justicia en misericordia.
Muy a menudo nos encontramos en situaciones de este tipo. La justicia nos empuja hacia un lado, mientras que la misericordia nos urge a ir hacia otro. Cuando la humanidad se rebeló contra Dios, él también tuvo que enfrentar un conflicto entre la justicia y la misericordia. Al elegir ir por nuestro propio camino y no obedecerle, hicimos que el pecado entrara en el mundo trayendo problemas, dolor, odio, enfermedad, mal y muerte para toda la raza humana.
Habría sido justo si Dios hubiera decidido dejarnos en nuestro propio desastre sufriendo, arruinados y espiritualmente muertos. Pero su amor y compasión no le permitieron vernos destruidos, por lo que creó la forma de satisfacer tanto su justicia como su misericordia, viniendo al mundo en Jesucristo. Él cargó a la cruz el castigo por nuestra rebelión y, al levantarse de la tumba, le quitó el poder a la muerte y nos abrió la puerta a la vida eterna.
ORACIÓN: Padre, gracias por tenernos misericordia y por enseñarnos a compartirla con quienes nos rodean. Amén.