2Co 5:21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
Armando tiene razón para gritar de entusiasmo. Podría festejar el hecho de que ha llegado al segundo año de la secundaria sin jamás tener una calificación que no fuera excelente. Pero ahora ha sacado la primera que califica como un “Muy bien” y tiene una cara que parece que lo han condenado a cadena perpetua.
En una sola oportunidad Armando sacó una calificación que no era tan, tan excelente. Cuando sus padres vieron su libreta de calificaciones, no lo felicitaron por las cinco calificaciones supe excelentes. Lo regañaron por la más o menos excelente. Le dijeron que se concentrara más en obtener calificaciones excelentes en lugar de “más o menos excelentes”. Después de eso, Armando juró nunca volver a sacar una “mala” calificación. Era su única esperanza de sentirse aceptado por sus padres.
Lo maravilloso de pertenecer a Dios es que no tienes que ser un genio en todas las materias para conseguir que te quiera.
Aun si nunca triunfaras en nada, Dios igual te aceptaría. No se sienta en el cielo dándole puntaje a tu día. No está contando los puntos que tienes para aceptarte.
Tu verdadero valor ya está establecido para siempre. No puede cambiar. No sube o baja según lo bien que te va en la escuela o cuánto te quiere la gente en el momento. Dios define tu valor, y dice que eres tan valioso como la vida de Jesús, su Hijo. Cuando te sientes seguro de esta verdad, suceden varias cosas fantásticas.
• No te desesperas si fracasas. Dios te da la libertad de probar, ¡y de fracasar! Al saber que Dios no te rechaza, puedes esforzarte por alcanzar todo tu potencial y descubrir aquello para lo cual eres capaz.
• Te va mejor cuando tienes éxito. Tener conciencia de tu verdadero valor te deja volver a centrarte en Dios, quien te ama y acepta tal como eres. No tienes que adjudicarte el mérito por tus logros. No tienes que preocuparte tanto por conseguir que la gente te aplauda.
Y hay algo más. No tienes que desvivirte para que la gente te quiera. Es maravilloso que te vaya bien, pero no tienes que destacarte para ganarte el elogio de los demás. No tienes que hacer nada para merecer el amor de Dios. ¡Cuentas ya con su aprobación!
Por Josh McDowell