Efe 4:1-2 Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor.
Entre más comprendamos la grandeza de Dios, más humildes nos volveremos.
A Dios no se le da el respeto apropiado hoy en día. Muchas veces es referido como “el hombre de arriba” más como un cuate que como el Eterno Dios. Muchos lo ven como nada más que un Santa Claus cósmico o un abuelo que le guiña al pecado.
Desafortunadamente, aún los cristianos pueden verse afectados por estas perspectivas. Tal pecado deshonra a Dios y socaba el siguiente paso a la humildad: conciencia de Dios. En lugar de obtener nuestras ideas de Dios del mundo, veamos a lo que dicen los escritores bíblicos sobre Él.
David dijo: “Oh Jehová, nuestro Señor, qué majestuoso es tu nombre en toda la tierra, has mostrado tu esplendor por encima de los cielos” (Sal 8:1) Al contemplar la posición exaltada de Dios, era natural para él decir: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria y el hijo del hombre para que lo visites? (v4) Somos tan minúsculos en comparación, es una maravilla que Él nos cuide a todos. “Pero Jehová es excelso y atiende al humilde” (Sal 138:6)
Isaías 2:10 dice: “métete en la peña, escóndete en el polvo, de la presencia temible de Jehová y del resplandor de su majestad” Si te comparas con Dios, querrás esconderte debajo de una roca. El verso 11 nos da el punto en cuestión “la altivez de los ojos del hombre será abatida y la soberbia de los hombres será humillada y Jehová solo será exaltado en aquel día” El orgullo es el pecado de competir con Dios. Se auto-levanta e intenta robar la gloria de Él. Pero Dios dice: “Mi honra no la daré a otro” (Isa 48:11) Dios juzgará a aquellos que se exaltan a sí mismos. Sólo Dios es digno de exaltación.
Al buscar la humildad recuerda que no la obtendrás al sentarte en una esquina deseando tenerla. Por el contrario, obtendrás humildad al sentarte en esa esquina y confesarle a Dios tus pecados, fallas y deficiencias, luego abrir las Escrituras y buscar a Dios en toda su majestad.
Por John MacArthur
