Rom 7:7 ¿qué diremos pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley, porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: no codiciarás
El estándar santo de Dios expone el corazón rebelde del hombre.
Hasta ahora en Romanos, Pablo nos ha dicho lo que la ley no puede hacer: no puede salvarnos (3-5) o santificarnos (6) En este punto el apóstol anticipa y responde una pregunta que naturalmente surge: ¿Entonces cuál fue el propósito de la ley? ¿Era malo? En los próximos días consideraremos tres propósitos para lo que sirvió la ley.
Primero: la ley revela el pecado. El pecado es una violación al estándar justo de Dios (1 Juan 3:4), si ese estándar no existiera, no habría pecado. En Romanos 3:20 Pablo dijo: “porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” Romanos 4:15 añade: “donde no hay ley, tampoco hay transgresión” y Romanos 5:13 revela que “donde no hay ley, no se inculpa de pecado”
Ante la pregunta: “¿la ley es pecado?” Pablo responde enfáticamente: “¡En ninguna manera!” Tal pregunta es tanto absurda como blasfema, una ley mala nunca podría proceder de un Dios santo. Pablo continúa diciendo: “yo no conocí el pecado sino por la ley” La ley trajo al orgulloso Fariseo Saulo de Tarso cara a cara con su pecaminosidad, revelando su necesidad de un Salvador y preparando su corazón para el encuentro que cambió su vida con el Señor Jesucristo en su camino a Damasco.
El mandamiento específico que cita Pablo, el mandato judicial en contra de la codicia, es revelador. La codicia es una actitud interna, no un acto externo. Es el darse cuenta de que la ley de Dios se aplicaba a sus actitudes, no sólo a su comportamiento externo lo que devastó a Pablo. Se vio obligado a darse cuenta de que su auto-justicia era inútil porque su corazón no estaba bien. Yo ruego porque tú también “hayas obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuiste entregado” (Rom 6:17)
Por John MacArthur